17 partidos jugados de un total de 19 posibles en liga ACB, a razón de 15 minutos y 40 segundos por partido, para una media de 7,4 puntos por partido, con porcentajes de 43,9% en tiros de dos, 37,7% en lanzamientos de tres puntos y 83,3% en tiros libres. Además, un balance favorable de 1,9 asistencias y 0,4 recuperaciones a cambio de 1 pérdida de balón por partido. Números de esta temporada 2024/2025, a día 7 de febrero. Números que nos hablan de un jugador exterior de rotación que cumple bien con su papel.
En Copa de Europa (rogamos disculpen este inevitable tic de señor clásico y ya mayor) sus números son algo más bajos. Ha estado presente en los 26 partidos disputados jugando prácticamente el mismo tiempo: 15 minutos y 47 segundos. Pero su producción es ligeramente inferior: 6,3 puntos por partido con porcentajes del 40% en tiros de dos, 31,1% en lanzamientos de tres puntos y 75% en tiros libres. Sigue siendo favorable, y prácticamente idéntico, el balance entre sus 1,8 asistencias y 0,4 recuperaciones por 0,8 pérdidas de balón por partido. Nos siguen pareciendo números propios de un jugador exterior de rotación, pero torcemos algo el gesto, quizá porque ahora sabemos que juega Copa de Europa con regularidad. Y de un jugador que disputa minutos con regularidad en Copa de Europa tal vez cabría esperar algo más en liga ACB. Pero bueno, a tenor de sus números, su rendimiento sigue pareciendo aceptable.
Ahora bien, cuando nos dicen que esos son los números de Sergio Llüll, la cosa cambia. Se desata el drama. Y se desata por diversas razones. Porque es un jugador que nos tuvo acostumbrados a otros registros muy superiores. Porque es un jugador que demanda protagonismo, tanto en cantidad de minutos, como en manejo de balón y en lanzamientos durante esos minutos que se le asignan, sean muchos o pocos. Porque el contexto que le proporciona su equipo ahora mismo no es muy boyante, y su rendimiento individual no se puede camuflar con un juego colectivo brillante ni con unos resultados incontestables. Porque se trata de un jugador histórico cuya trayectoria le coloca, sin ningún género de duda, entre los tres o cuatro jugadores más importantes del Club que atesora la historia más brillante del baloncesto europeo, y ojo que por números, por títulos, por compromiso, por peso específico en el equipo… podría disputarle el primer puesto a cualquier otro. Y también, por qué no decirlo, porque a pesar de todo siempre ha sido un jugador, no diré que discutido, pero sí al que algún sector de su propia afición nunca dejó de mirar con cierto recelo.
Durante muchos años fue un jugador caro. Se lo había ganado, eso no me parece discutible. Yo no estoy muy al tanto, pero cuentan los que dicen que más o menos saben de estas cosas que, tras su última renovación, ya juega por un salario bastante más reducido, mucho más acorde a sus prestaciones actuales sobre la cancha (que no a su peso específico en el equipo, pero ese es otro cantar). Obviado, por lo tanto, el problema que habría podido suponer una excesiva carga salarial que limitase o condicionase la composición de la plantilla, ¿cuál es el problema con Sergio Llüll? ¿Porqué día sí, día también, podemos ver por aquí cómo se le cuestiona, muchas veces con argumentos de trazo grueso y con hipérboles de pésimo gusto?

Yo diría que, si fuese un jugador fácilmente adaptable a otro rol, probablemente su rendimiento sería mucho mejor aceptado por gran parte de su propia afición. La opinión de las aficiones rivales, ustedes me perdonarán, tendrá que se objeto de valoración en otro departamento; en este se las ignora con más pereza que otra cosa. A otro rol, decía, que derrapo. Otro rol no sólo en cantidad de minutos, que también, sino sobre todo en el protagonismo asumido durante esos minutos. Menos tiros, menos balón, menos jugadas decisivas, menos finales de posesión.
Pero Sergio Llüll no es ese tipo de jugador. Sergio Llüll es el jugador que es, para bien o para mal. Y yo diría que para bien. Para muy bien. Porque una parte importante de lo que ha supuesto para el equipo a lo largo de muchas temporadas se debe, en gran medida, a una personalidad y un carácter que, a mi entender, le han llevado incluso más allá de lo que habría conseguido sólo con su calidad. Su forma de ser y de comportarse le elevaron uno o dos niveles más, hasta unos registros históricos en los que no es necesario detenerse aquí porque son de todos conocidos, pero que asustan a cualquiera y que será muy difícil que volvamos a ver alguna vez. Y ni esa personalidad ni ese carácter se pueden cambiar.

Quizá en un mundo ideal, en nuestro mundo ideal, Sergio habría sido la bestia competitiva que fue y, llegado el momento de dar un paso atrás (o al lado), se habría convertido en un jugador dócil y poco ambicioso que se conforma con el banquillo y con hacer un poco de bulto sin estorbar mucho. Pero eso no puede ser. Sergio Llüll es quien es. Y ahora, en el momento presente, es un jugador crepuscular cuyas virtudes decaen y cuyos defectos se agudizan. Es ley de vida.
Pero, dando la vuelta a aquella emocionante línea de diálogo que Debra Winger nos regaló en Tierras de penumbra, allá por el lejano 1993, podemos decir que «el dolor de ahora es parte de la felicidad de entonces. Ese es el trato». Sin el jugador que al que ahora tanto criticamos por un protagonismo que quizá no le corresponde, no habríamos tenido al que tanto quisimos cuando su personalidad arrolladora y su carácter hacían volar al equipo. El que tantos partidos levantó. El que tantas veces nos enardeció en la grada o frente a la pantalla del televisor. El que siempre arriesgó con el último lanzamiento en el último segundo, sin temblarle el pulso, sin que se le encogiese el brazo, sin pensar mucho en su estadística personal, sin miedo al fallo ni al fracaso, con alergia a la derrota y, vamos a decirlo también, con un inusual porcentaje de acierto en semejante circunstancia. Una buena muestra de todo eso la tuvimos hace poco menos de dos años, en la final de la Copa de Europa frente a Olimpiacos, cuando nos dio el título con un tiro harto difícil, por encima de un brazo elevado hasta más allá de los tres metros del suelo, después de un mal partido y una floja temporada.
No se me entienda mal. No se trata del manido y dañino con todo lo que nos ha dado, que tantas veces perjudicó al Club. No. Sólo trato de valorar el jugador que Llüll es ahora mismo. Y ese jugador es inseparable de su personalidad y su carácter. Es así. Así nos hizo felices y así debemos aceptarlo ahora si permanece en el equipo.
Porque esa es la gran cuestión: ¿merece la pena mantener a Sergio Llüll en el equipo ahora, en el invierno y la primavera de 2025?

Supongo que habrá opiniones para todos los gustos. Leo críticas feroces a su rendimiento, no tanto en medios de comunicación (que en realidad ni siquiera los leo, para qué nos vamos a engañar), como en redes y webs cercanas al Real Madrid Baloncesto. Yo no termino de verlo tan claro como esos críticos tan críticos. Para mí, hay razones que justifican su presencia en la plantilla y sobre el parquet.
Por una parte, porque el tiempo corre de forma inexorable, estamos perdiendo referentes a gran velocidad dentro del equipo (Felipe, Chacho, Rudy…) y los llamados a ocupar su sitio, por unas razones o por otras (que esa es otra historia), no lo están haciendo. O no, al menos, con la firmeza y entereza que cabía esperar. Quizá sea eso lo que haya que hacer: esperar un poco más. Y durante esa espera, un poco de Llüll puede ayudar mucho.
Por otro lado, porque estoy convencido de que una parte de la crítica negativa que recibe no le corresponde. Muchas de esas críticas se agudizan por la trayectoria del equipo durante la temporada. En otro contexto, este mismo rendimiento deportivo que Llüll está dando sería mejor valorado por todos, por sus críticos también. Incluso cabe la posibilidad de que su propio rendimiento personal mejorase. Pero el equipo está como está y eso no ayuda. Quizá otro entrenador, además de llevar al equipo por otros derroteros, habría sabido gestionar el papel de Sergio Llüll, no diré que mejor, pero sí de otra manera. Sin exponerle tanto. Templando su carácter. Potenciando lo que de bueno le queda como jugador, que no es poco. Minimizando sus defectos. Quizá. No lo sé. Pero también este entrenador es el que tenemos y el que, salvo sorpresa mayúscula o debacle en absoluto deseable, tendremos hasta final de temporada.

En fin, al margen de esta diminuta polémica, y por encima de ella, muy por encima, me gustaría que no perdiésemos de vista de qué jugador estamos hablando. Algún día lo despediremos como despedimos a Rudy. Se nos pasará el disgusto que arrastramos esta temporada. Se nos pasarán los cabreos que nos cogemos cuando se excede sobre la pista yendo más allá de donde debería ir. Y lo recordaremos como lo que es y siempre ha sido: uno de los nuestros. Y uno de los mejores, además. Y esto sí que pueden apuntarlo en la sección con todo lo que nos ha dado.
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